Además de mis inéditas habilidades como blogger, hace cinco meses y medio, cuando felicité a a mi mamita por su primer día de la madre a través de este medio, tenía un mínimo repertorio gestual. Apenas podía esbozar una sonrisa cada vez que veía al gordo barbudo que intenta ser mi papá. Además, me satisfacía con la mamadera y dormía durante más de la mitad del día. Lo que se dice, una vida de bacana, con escasas obligaciones.
Pero todo fue cambiando durante mi ausencia en la galaxia blogger.
Les cuento, en principio, que continúo con mi acelerado proceso de crecimiento. Con siete meses, mido 75 centímetros y supero con holgura los once kilos. Mi pediatra jura que soy un récord para su consultorio. Sin embargo, me consuela al asegurar que soy "armónicamente gigante".
Desde los cinco, tengo licencia para comer. No voy a entrar en detalles sobre la dieta que llevo adelante porque cada médico tiene su librito. Y no quiero que otros bebés coman cosas que no deban por mi culpa.
¿Qué hago de nuevo? Me río a carcajadas. Hago chau --mover el brazo hacia los lados con la mano abierta-- cuando la gente se va. Manejo a la perfección el idioma de Bebilandia, en el que abundan los ma, los ga, los ta, los eeee y los gu. entre otras onomatopeyas. También pegó gritos que resuenan en las habitaciones y descubrí qué quieren decir mis papis cuando vociferan "no" . Tanto es así que me largo a llorar cada vez que me prohiben hacer tal o cual cosa.
¡Ah! Todavía no aprendí a gatear. Pero me las ingenio para moverme con un paso que mi papa llama en forma grosera "culear". ¿Qué quiere decir eso? Cuando estoy sentada, tomo impulso con mis piernas y avanzo reptando con la colita. Creo que lo voy a patentar...
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