Dicen que todos los bebés son iguales. Una mentira enorme. Casi tan grande como que todos los chinos son iguales. Si está Yao Ming, que juega en la NBA y mide dos metros y pico... Si están los chotos del supermercado de la vuelta de casa, que te encajan billetes falsos y se hacen los giles --si no me creen, consulten a mi papá y víctima de esos abusadores con ictericia permanente--. Ojo, no tengo nada en contra de ellos. De hecho, el gordo es amigo del Chino Volpato... ¡Cuac!
Pero volvamos al tema que me compete. Más allá de presentar las mismas problemáticas, todos los bebés son distintos... Y yo no soy una del montón. Ya saben que le hice una gambeta a las tetas de mamá y me hice socia del fan club de las mamaderas... O que llegué al mundo con talla XL y que estoy dispuesta a seguir creciendo a pasos agigantados. Que tengo pelusa colorada y ojos que pintan para ser grises... Soy una chica especial. Sobre todo porque todavía no cumplí un mes y me considero una blogger experta...
Anoche, entrada la madrugada, sumé un nuevo capítulo a mi vida. Hice mi primera visita a una guardia pediátrica. ¿Qué pasó? No se asusten. Apenas un mal día... Sin embargo, mis papis, con los temores lógicos de los primerizos, no dudaron en subirme al auto y llevarme a una clínica. ¿Qué síntoma presentaba? Estaba intratable y por tercera vez en el día devolví más de media mamadera luego de un corto y trunco proceso digestivo. Las remeras de mamá y papá, y el acolchado de la cama son las evidencias de mi malestar. Es gracioso... Tal cagazo tenían lo que te jedi, que sus caras estaban desdibujadas. Creo que el cansacio había metido la cola. Mi mami no había pegado un ojo y su cabeza no dejaba de maquinar. El Gordo --pueden creer que todavía no me reconoció-- venía todo embarrado y transpirado tras protagonizar un triste retorno a las canchas de fútbol... Así, decididos por la desesperación que genera no saber qué hacer, me llevaron al sanatorio. Había una urgencia en el consultorio. Y también una beba de unos diez meses que lanzó un vómito para el campeonato... ¿Y yo? En qué andaba... Apenas me subí al auto, después de una sesión de 90 minutos de llanto continuado, me quedé frita en el huevito. ¿Pueden creer que no abrí un ojo? Ni siquiera me desperté cuando me revisó la pediatra. Y eso que hablaba hasta por los codos...
La doctora, tras prodigarme una serie de piropos --muy atinados, por cierto, ante tanta belleza--, tranquilizó a mis papis. Ellos se enteraron que existe algo que llamó reflujo, producto de una valvulita que funciona como esfínter y que todavía no terminé de desarrollar... No era para tanto, ¿no?
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario