La intención es ponerlos al día. Por eso, tras la introducción, les ofrezco un pequeño resumen de mis primeras tres semanas de vida...
Después de dos noches en la clínica, recibí el alta médica. ¡Qué miedito! Tenía licencia para irme a casa. Ya no iba a tener más a mano a las enfermeras. Tampoco a los pediatras ni a los neonatólogos. Ni siquiera a ese bendito aire acondicionado que calefaccionaba tan bien la habitación.
Iba a quedarme sola con mi mamá y con mi papá que, dicho sea de paso, tenían una cara de cagazo. Debería haberles sacado una foto. Pero eran ellos los que gozaban del monopolio de la cámara. Y no paraban de hacerme sufrir con esa luz roja y ese fucking flash... Ya sé lo que siente la gente de la farándula cuando es perseguida por los paparazzi. Hasta aprovechan para sacarme fotos cuando me baño. En bolas, obvio, ¿les parece justo? ¿Con qué autorización? ¡Qué turros!
Pero volvamos al tema inicial.
Cómo me iría en mi hogar dulce hogar? ¿Cómo serían mis padres? Ya sabía que ella, que me cuido bien durante los nueve meses y monedas de gestación, no era peligrosa. Pero... ¿Qué onda con él? Mi vieja hablaba maravillas de su maridito, pero, viste como son las mujeres enamoradas, uno nunca sabe... Mirá si tiene prontuario... O si es un depravado... Por ahora, el tipo se portó bien. Eso sí, tiene cara de tonto, ya sea afeitado o con barba. Lo triste es que la gente, tras prodigarme elogios y asegurar que soy una preciosidad, dice que soy muy parecida a ese gordo... Aquí hay una contradicción. ¿Soy linda? O será que la gente es hipócrita y me tira piropos para quedar bien... Porque si me parezco a mi papá... Ay, pobre de mí. Se me va a complicar para conseguir novio...
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